La historia de C

«C» fue mi alumno hace unos cuantos años.

«Es un alumno muy listo, con muchas capacidades,  pero solo le interesa el fútbol» Este es el mensaje que recibía de su tutora del año anterior. El mismo mensaje se repetía entre l@s profesores que entraban en mi clase.

Yo me preguntaba…¿qué ocurre aquí para que «C», un alumno tan listo, obtenga unos resultados tan justos?.

Conocí a «C» y era el típico chico «guapete y graciosillo». Le encantaba hablar de fútbol y era del Madrid, como yo. Esto me sirvió para empezar a establecer una conexión con él y así crear un clima de confianza entre los dos. Siempre he pensado que si no hay un clima de confianza y respeto mutuo entre profesores y alumnos. Sí, he dicho respeto mutuo. No creo en autoridad por el simple hecho de ser profesor, no creo en que por el hecho de ser adultos debamos tener siempre la razón, lo que me llevó a que algun@s compañeros dijeran de mí que soy «el coleguita de los alumnos» (bendita etiqueta). Creo que, como adultos, debemos intentar hacer comprender las diferentes situaciones a l@s alumn@s. Y creo firmemente que si no le «gustas» a un/a alumn@, el aprendizaje no se produce de la manera más efectiva. Siempre he pensado lo siguiente: el niño no aprende de quien no le gusta.

«C» tenía una situación insostenible en casa, con una familia desestructurada y una relación bastante tensa entre las partes, pero también dentro de casa. Una de las partes era pasiva, no se responsabilizaba de nada que tuviera que ver con las obligaciones de «C». La otra, se encargaba de todo, pero tal vez se veía superada por la situación y volcaba toda su frustración en sus hijos, especialmente en «C».  

En el colegio, era el crack en el patio cuando el balón rodaba. Todo el mundo quería ir en su equipo. «C» era feliz en esos 30 minutos donde hacía lo que le gustaba y se le reconocía su talento. Pero eran solo 30 minutos. Debo decir que no todo era felicidad, pues era muy competitivo; se enfadaba mucho si perdían; no controlaba su temperamento si le daban una patada fortuita e, incluso, a veces lloraba si su equipo no sacaba el partido adelante. Cuando «C» sacaba malas notas, su castigo era privarle de lo que más le gusta, el fútbol. El único momento en el que podía ser él mismo, el único momento en el que era feliz, le era arrebatado por unos resultados. ERROR. Cuando llegaba a clase, era una persona totalmente diferente. Cabizbajo, apático, desinteresado, distraído…. Poner las notas por encima de la felicidad y el bienestar de un niño, me parece la mayor de las irresponsabilidades.

En los dos años que estuvo conmigo, se notaron cambios en su persona. Tras conocer su historia de primera mano, entendí que «C» tenía la autoestima por los suelos, que vivía pensando en cuál sería su próximo castigo en casa, en que tenía que seguir destacando en cada patio, en cada partido, para seguir ganando notoriedad entre sus compañer@s. «C» buscaba afecto y reconocimiento. «C» buscaba sentirse querido y abstraerse de la situación familiar. Pensé que esto no podía seguir así y tomé dos decisiones. 

La primera, hablar con la parte implicada y recomendarle que llevase a su hijo a una consulta profesional. Costó convencer de esta propuesta, pero al final se hizo. Debo decir que la reunión fue tensa, dura, difícil, pero «C» merecía eso y más.

La segunda era dedicar mis horas libres a crear un espacio de confianza entre mis alumnos y yo. A tener un cara a cara con ell@s sin presiones, sin juzgar, sin pretensiones.  «C» estaba deseando que fuera su turno para venir y soltar todo lo que llevaba dentro. La primera vez tuve que tirarle de la lengua, en las sucesivas tuve que frenarle y dosificar las conversaciones para establecer objetivos. 

Trabajamos la educación emocional, la asertividad, la resiliencia, la comunicación efectiva… pero lo que más necesitaba «C» era sentirse escuchado, sin miedo al qué dirán, al castigo. Sentía que vivía su día a día chocando contra un muro. Pero un ratito a la semana no era suficiente para lo que «C» cargaba en su mochila cada día. Yo hice lo que pude, pero también pienso que se debería haber actuado mucho antes. 

¿Qué habría sido de «C» si se hubiera trabajado con él las soft skills?

La resiliencia le habría ayudado a llevar mejor su situación familiar.

La educación emocional le habría ayudado a entender mejor su situación personal, a poder expresar sus sentimientos y no guardárselos en su «mochila», a saber controlar sus impulsos… y a ser feliz.

La comunicación efectiva y la escucha activa le ayudaría a comunicarse mejor con su entorno familiar y mejoraría su relación.

La asertividad le habría ayudado a comunicarse sin ofender a los demás y a aceptar sus opiniones, lo que mejoraría considerablemente su estado de ánimo y le permitiría mostrarse tal y como es, sin necesidad de tener que impresionar en cada partido para destacar.

La flexibilidad y adaptación le habría ayudado a gestionar mejor ese cambio en su entorno familiar y a abrirse más con sus compañeros.

El trabajo en equipo con distintos roles habría fomentado la empatía en «C», para que pudiera entender que no solo él tenía problemas.

«C» tenía 11 años, ansiedad, frustración, irritabilidad, estrés…. Y todavía no «había empezado a vivir». ¿Qué será de él cuando no sepa si seguir estudiando o no?¿Qué será de él si no se dedica al fútbol, a su pasión?

Desgraciadamente, los casos como el de «C» se multiplican cada año. Si no le ponemos remedio, tendremos una sociedad futura con unas mochilas llenas de piedras, en vez de sueños y ambiciones.

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